miércoles, 17 de abril de 2013

Triunfar en política significa valorar al otro, no eliminarlo ni tomarlo como obstáculo


Las Elecciones Generales de Paraguay se contextualizan en un año económicamente muy favorable y cambios muy bruscos en los partidos políticos: el Partido Liberal en el poder desde junio del 2012 a partir de la destitución -vía Juicio Político- del ex obispo Fernando Lugo; el debilitamiento de la izquierda paraguaya que llega a estas elecciones muy dividida; la trágica muerte de Lino Oviedo en febrero del Partido UNACE que deja sin líder al tercer partido más convocante en las últimas elecciones; hay una gran variedad partidos y propuestas; alianzas entre partidos ideológicamente muy antagónicos, y; un clima político bastante tenso creado por fuertes acusaciones entre los candidatos que están dispuestos al “vale todo”, con tal de quedarse con, o llegar al poder con el principio de que el otro es un enemigo o un obstáculo que vencer o eliminar.

Al respecto de esto último, los Obispos del Paraguay reclaman en su mensaje ante las Elecciones “que el principio de la libertad se muestra en la tolerancia de las diversas tendencias y respeto a las legítimas diferencias, en la capacidad de diálogo y de negociación para establecer acuerdos con diferentes grupos y organizaciones nacionales e internacionales”.

¿Qué se puede construir si se tiene la percepción de que el adversario político o simplemente el que tiene otra postura a la mía es un enemigo cuya influencia debe ser neutralizada o por lo menos reducida a la mínima expresión?

En nuestra historia se ha documentado suficientemente que los innumerables intentos de los distintos partidos o grupos sociales o sindicales de eliminarse mutuamente han llevado a terribles sufrimientos de nuestro pueblo. Dice Julián Carrón – Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación - que “si no encuentra espacio en nosotros la experiencia elemental de que el otro es un bien para la plenitud de nuestro yo, y no un obstáculo, será difícil salir de la situación en la que nos encontramos, tanto en la política como en las relaciones humanas y sociales. Reconocer al otro, que significa afirmar el valor del otro, es la verdadera victoria para cada uno y para todos”.

¿Cómo puedo reconocer al otro como un bien? ¿Dónde se aprende a mirar al otro de esta manera? ¿Qué tengo en común realmente con el otro? Lo que tenemos en común con el otro no hay que buscarlo en su ideología, sino en su estructura original, en las exigencias humanas que hacen que él sea hombre como nosotros. Necesitamos de un lugar que nos eduque a tener esta conciencia.

La Iglesia, frágil, pero infinitamente colmado del amor de Dios, es un lugar de educación por excelencia para todos los hombres. Como nos dice el papa Francisco, “lugar que nos ayuda a mantener viva en el mundo la sed de lo absoluto, sin permitir que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional, según la cual el hombre se reduce a aquello que produce y consume”. Iglesia, donde la Presencia de Cristo sigue viva y operante, contemporánea a todos los hombres.

De esta pertenencia, partimos de la fe para afrontar, mirar y juzgar toda la realidad, porque -como dice Julián Carrón- “Sin la experiencia de una positividad real, capaz de abrazar todo y a todos, no es posible volver a empezar. Este es el testimonio que todos los cristianos, empezando por los que están más implicados en política, están llamados a dar, junto a cualquier hombre de buena voluntad, como contribución para desbloquear cualquier situación: afirmar el valor del otro y el bien común por encima de cualquier interés partidista”.

Comunión y Liberación – Paraguay