domingo, 25 de abril de 2010

Muestra de San Benito en Ciudad del Este

La apertura fue bellísima, iniciamos con dos cantos gregorianos por el coro del Seminario Diocesano de Ciudad del Este "San José", a cargo del Padre Dominic Carey.

Luego la bendición hizo el Monseñor Rogelio Livieres Plano (obispo de la Diócesis de Ciudad del Este)  y finalmente las palabras de apertura a cargo de la intendenta Sandra Zacarías.

La municipalidad nos apoyó muchísimo, además de la prensa,  se ofreció el brindis con bocaditos y cocteles, en un ambiente con hermosos arreglos de flores.

Toda la semana anterior estuvimos en Centro Regional de Educación Dr. Gaspar Rodríguez de Francia. Este fin de semana expusimos en el centro parroquial San Blas de la Catedral, asistieron los chicos de la catequesis, además de autoridades educativas, alumnos, monjas, seminaristas y comunidades religiosas.

El lunes y el martes estaremos en la Universidad Católica, y el miércoles y jueves en el colegio Santa Teresita del Niño Jesús.

Hemos experimentado en nosotros lo que dice el lema de la muestra: "Con nuestras manos, pero con Tu fuerza", nuestras manos inútiles, frágiles, pero mendicantes de Su gracia, de Su presencia. Fue y es una provocación personal para cada uno de nosotros, y el gozo de Su presencia entre nosotros, implica también el gozo de comunicarLo: "Hemos encontrado a Aquel del cual hablan los profetas. Ahora está presente".

Carla Masi


sábado, 17 de abril de 2010

Topara 2010

Llevamos adelante el Topara 2010, celebrando los 50 años de la Universidad Católica de Villarrica.

El 8 de abril a las 18 h. iniciamos con la Celebración Eucarística celebrado por el Administrador de la Diócesis, Mons. Benito Espínola y concelebrada entre otros por el Director General del Campus de Guaira, Pbro.Sergio Ayala, Director de Pastoral Universitario, Pbro. Cirilo Apodaca, Mons. Julio César Álvarez, Cura Párroco de la Parroquia del Barrio Estación, Director del Seminario Propedéutico en la Capilla del Campus.

La Muestra guiada "Con nuestras manos pero con Tu Fuerza", fue exhibida desde el 14 al 17 de abril en el Edificio Histórico. Fue visitada por alumnos de varias facultades, colegios, autoridades comunales, seminaristas y público en general.

El 19 de abril fue la cita final del Topara con la Conferencia del Padre Aldo Trento sobre el tema: “Cristianismo: ¿Ética o Acontecimiento?” en el Anfiteatro de la Facultad de Medicina.

Nuestro mayor deseo fue presentar el carisma de Comunión y Liberación, a pesar de los problemas y sacrificios que existen siempre en la organización de un evento tan grande, representó para nosotros una felicidad y plenitud que únicamente en nuestro camino de fe se hace experiencia.

Teresa.

miércoles, 14 de abril de 2010

«Heridos, volvamos a Cristo»



Julián Carrón, La Reppublica, 4 de abril de 2010

Nunca habíamos sentido todos tanto desconcierto como el que nos provoca el dolorosísimo caso de la pedofilia. Desconcierto por nuestra incapacidad para responder a la exigencia de justicia que aflora desde lo profundo del corazón.
La exigencia de responsabilidades, el reconocimiento del mal cometido, el reproche por los errores consumados en el modo de gestionar el caso, todo parece insuficiente frente a este mar de mal. Parece que nada basta. Por ello, se entienden las reacciones irritadas que hemos visto estos días.

Todo ello ha servido para presentar ante nuestros ojos cuál es la naturaleza de nuestra exigencia de justicia. No tiene fronteras. No tiene fondo. Es tan profunda como la herida.
Tan infinita que no puede ser colmada. Por eso es comprensible, aún después de haber reconocido los errores, el sufrimiento impaciente de las víctimas, e incluso la desilusión: nada basta para satisfacer su sed de justicia. Es como si estuviéramos tocando un drama sin fondo.
Desde este punto de vista, paradójicamente los autores de los abusos se encuentran ante un reto semejante al de las víctimas: nada es suficiente para reparar el mal cometido.
Esto no quiere decir que se les exima de sus responsabilidades, y menos aún de la condena que la justicia pueda imponerles.
Si esta es la situación, la cuestión más candente –que nadie puede evitar- es tan simple como inexorable: “¿Quid animo satis?”. ¿Qué puede saciar nuestra sed de justicia? En este punto llegamos a experimentar de forma muy concreta nuestra incapacidad, genialmente expresada en el Brand de Ibsen: «Dios mío, respóndeme en esta hora en que la muerte me engulle: ¿no basta entonces toda la voluntad de un hombre para conseguir una mínima parte de la salvación?». O dicho de otro modo: ¿Acaso puede toda la voluntad del hombre realizar la justicia que tanto deseamos?
Por esto, incluso los más exigentes, los más ávidos de justicia, no serán leales hasta el fondo de sí mismos con esta exigencia de justicia, sino miran de frente su propia incapacidad, que es la de todos. Si esto no sucediese sucumbiríamos a una injusticia aún más grave, a un verdadero “asesinato” de lo humano, pues para poder seguir pidiendo a gritos justicia, según nuestra medida, deberíamos hacer callar la voz de nuestro corazón. Olvidando a las víctimas y abandonándolas a su drama.
El Papa, con su audacia que desarma, paradójicamente, no ha sucumbido a esta reducción de la justicia que la identifica con cualquier medida. Por una parte, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por sacerdotes y religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar el caso por el miedo que algunos obispos han tenido al escándalo, ha expresado todo el desconcierto que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan.
Pero, por otra parte, Benedicto XVI es bien consciente de que esto no es suficiente para responder a las exigencias de justicia por el daño infligido: «sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad». Así como tampoco el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos serán nunca suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.
El único modo de salvar – para considerarla y tomársela en serio- toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama. «La exigencia de justicia es una petición que se identifica con el hombre, con la persona. Sin la perspectiva de un más allá, de una respuesta que está más allá de las modalidades existenciales experimentables, la justicia es imposible… Si fuera eliminada la hipótesis de un más allá, esa exigencia sería innaturalmente sofocada» (Luigi Giussani). ¿Y cómo la ha salvado el Papa? Acudiendo al único que la puede salvar. A Alguien que hace presente el más allá en el más acá: Cristo, el Misterio hecho carne. «Él mismo víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros, Él lleva aún las heridas de su sufrimiento injusto. Él comprende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia».
Acudir a Cristo, por tanto, no es buscar un subterfugio para escapar de las exigencias de la justicia, sino el único modo para realizarla. El Papa acude a Cristo, evitando un escollo verdaderamente insidioso: el de separar a Cristo de la Iglesia porque ésta tendría demasiada porquería para poder comunicarlo. La tentación protestante siempre está al acecho. Hubiera sido muy fácil, pero a un precio demasiado alto: perder a Cristo.
Porque, recuerda el Papa, «en la comunión de la Iglesia nos encontramos con la persona de Jesucristo». Por eso, consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables para «perdonar o reconciliarse con la Iglesia», se atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando en la vida de la Iglesia, puedan «llegar a redescubrir el infinito amor de Cristo por cada uno de vosotros», el único capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida.
Todos, incapaces de encontrar una respuesta para nuestros pecados y los pecados de los otros, estamos ante este desafío: aceptar nuestra participación en la Pascua que celebramos en estos días, el único camino para que vuelva a florecer la esperanza.

domingo, 4 de abril de 2010

Pascua 2010



El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre. ¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, en ella no es el hombre el que repara, se cura a sí mismo y a los demás. Convertirse a Cristo significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, nuestra exigencia de su perdón y amistad.


Benedicto XVI

Esta es la cuestión: Dios se ha conmovido por nuestra nada. No sólo esto: Dios se ha conmovido por nuestra traición, por nuestra tosca pobreza, olvidadiza y traidora, por nuestra mezquindad… como un padre y una madre que lloran de conmoción, con un llanto totalmente determinado por el deseo del bien para su hijo, por el destino de su hijo. Es una compasión, una piedad, una pasión. Ha tenido piedad de mí.

Luigi Giussani


Foto: Marc Chagall, El hijo pródigo, 1975-76. Colección privada, St. Paul de Vence (Francia) (© foto: BI, ADAGP, Paris/Scala, Firenze)