El anuncio de la salvación
La Navidad de Jesús
Justamente para todos, sin excluir a nadie
Lo último que los judíos habrían esperado, cuando todo parecía acabado, cuando se hallaban en medio de la nada, era que alguien desafiase las derrotas que habían sufrido y la medida con la que juzgaban. Incluso habían empezado a acostumbrarse a la situación en la que se encontraban. Y sin embargo, una voz resuena en medio del desierto: «Yo soy el Señor» (Is 41,13ss), una voz que pronuncia palabras que nadie se atrevería a decir, pues están lejos de la lógica humana: «No temáis».
Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo se puede no tener miedo cuando se está perdido en medio de la nada, en el exilio?
Se trata de la misma reacción que tenemos también nosotros frente a los desafíos actuales: nos asalta el miedo, nos surge levantar muros para protegernos; buscamos seguridad en algo construido por nosotros, razonando según una lógica puramente humana, exactamente esa que es provocada constantemente por Dios: «Yo soy el Señor, ¡no temáis!». Aparece ante nuestros ojos toda Su diferencia. De hecho, ese «¡no temáis!» es lo que menos se cree hoy, lo menos creíble también para nosotros. Frente a todo lo que está sucediendo en el mundo, ¿quién puede decir que no tengamos miedo?
«Yo soy el Señor, no temáis». Nuestra razón y nuestra libertad se ven provocadas por esta promesa, como le sucedió al pueblo en el exilio. También nosotros somos como un «gusanito de Jacob, oruga de Israel», nos sentimos así de pequeños frente a la enormidad de los problemas.
¿Estamos dispuestos a dar crédito al anuncio de la liberación que resuena hoy para nosotros?
«No temas, yo mismo te auxilio». El papa Francisco ha dicho comentando estas palabras: «La Navidad nos ayuda a comprender esto: en ese pesebre […] está Dios, que es grande, que tiene la fuerza para hacerlo todo, pero se vuelve pequeño para hacerse cercano y ahí nos ayuda, nos promete cosas» (Homilía Santa Marta, 14 diciembre 2017). ¿Hay algo más desconcertante para nuestras medidas?
El Señor nos descoloca siempre porque tiene una mirada distinta, verdadera, sobre la realidad,
capaz de percibir datos que nosotros no vemos. Si aceptamos el desafío nosotros, que somos tan míseros, podremos reconocer la respuesta a nuestro grito: «Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré». Quien confía en Él, quien se abandona al designio de Otro, ve el cumplimiento de la promesa: «Alumbraré ríos en colinas peladas». ¿No es acaso esto lo que nos asombra de ciertos encuentros? Mientras que algunas personas están cada vez más atemorizadas, cada vez más replegadas sobre sí mismas, cada vez más cerradas, cada vez más desanimadas, otras florecen y testimonian un modo distinto, positivo, de vivir las cosas habituales.
¿Cómo es posible que unos resplandezcan de vida y otros solo perciban en cada circunstancia una confirmación de su escepticismo? Porque todo pasa a través del filo sutil de la libertad.
«Transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua»: si secundamos el
reclamo del Señor podremos ver florecer la vida en esta tierra árida, en nuestra situación histórica –no en otra sino en esta–. «Pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses y olmos y alerces». Quien confíe en esta promesa empezará a ganar la vida viviendo.
Pero a veces se insinúa en nosotros la pregunta: ¿no podría el Señor ahorrarnos tantas circunstancias desfavorables que tenemos que afrontar? No nos damos cuenta de que ciertas situaciones son fruto de un uso equivocado de nuestra libertad; Israel no se había fiado del Señor, no había creído en Su palabra y había preferido aliarse con las potencias de la época, acabando en el exilio. En cambio, quien se fía empieza a ver los signos del Señor en acción: Dios obra en la historia «para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan […] que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado».
Los que no se fían no verán, porque el mundo siempre estará lleno de contradicciones que nos asustan, pero en los que acogen a Jesús la vida empieza a resplandecer. Quien Lo reconoce empieza a ver los brotes de una vida que florece.
Hay que ser sencillos, como dice Jesús, que viene en Navidad: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11,11). Desde hace dos mil años el anuncio de la salvación, tan impensable para el hombre cuanto real, es para cada uno de nosotros. Está al alcance de todos, sin excluir a nadie.
Julián Carrón
Presidente de la Fraternidad de
Comunión y Liberación
Presidente de la Fraternidad de
Comunión y Liberación
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