Queridos amigos, durante la tarde del 9 de enero subió al Cielo nuestro querido Jesús Carrascosa, “Carras” como le llamábamos todos. El Señor le llamó pocas semanas después de diagnosticarle una dolencia que no tardó en mostrar su gravedad. Carras pronunció su “sí” definitivo a Cristo, teniendo al lado a su mujer, Jone, y a sus amigos, los rostros más cercanos de esa gran compañía a la que entregó su vida de manera incansable desde que conoció a don Giussani.
En su encuentro con don Giussani reconoció la respuesta convincente para lo que estaba buscando: el cristianismo es un hecho, y el método para aprender ese hecho consiste en estar dentro de una compañía de amigos que se reconocen unidos porque Cristo está presente. En un testimonio que dio durante un Triduo pascual a los bachilleres, afirmaba: «Giussani decía que la fe es reconocer una Presencia, es decir, no es uno que vino y luego se fue, como creía yo de joven. También decía que rezar es hacer memoria de esa Presencia que responde a todas nuestras preguntas. Todo eso lo comprendí gracias a don Giussani y a chavales como vosotros que lo siguieron. Descubrí que el principio unitario es este Tú; el Tú de Cristo es el principio unitario que despierta esa capacidad de amistad que es la comunión; “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo”; “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”; “te pido, Padre, que sean uno, como nosotros somos uno, para que el mundo crea”. Ser una sola cosa entre nosotros gracias a Él es la felicidad de la vida».
Para mí ha sido un gran amigo. Aunque estoy seguro de que ya está gozando del abrazo de Cristo, por el que entregó cada gota de su vida sin reservas, en este momento siento con mucha fuerza la falta de su entusiasmo tan contagioso, de su afecto y de su humilde sabiduría.
Poco antes de Navidad fui a Madrid para verle, a él y a Jone. Me impresionó verlo, con fatiga y sufrimiento, tan lleno de alegría, de curiosidad y de disponibilidad. Igual que Jone, perfectamente consciente de lo que estaba sucediendo, me testimonió una profunda seguridad. Ante un hombre y una mujer tan libres de las cadenas del miedo y del dolor que normalmente nos afligen con la enfermedad, tú también empiezas a desear la misma alegría, la misma curiosidad, la misma disponibilidad. Dan ganas de pegarte a ellos, a ese vínculo que expresa de una forma desbordante que hay algo más: Cristo, «principio unitario que despierta esa capacidad de amistad que es la comunión». Para muchos de nosotros Carras ha sido un padre porque siguiéndolo hemos aprendido a reconocer ese principio de la verdadera unidad, de la verdadera comunión. Para mí también ha sido así: era un padre por cómo me ofrecía y me proponía lo que él ya seguía, la presencia de Cristo.
Esto se me ha hecho aún más evidente en los últimos tiempos, viendo cómo para él ha sido sencillo secundar, con inteligencia y afecto verdaderos, y madurar con gratitud y oración, los pasos que nos pedía dar la Iglesia. Hablando con él he aprendido la conmoción que provoca a un padre caminar junto a su hijo por el sendero que le había mostrado en los tiempos de su juventud.
Unido a todos vosotros en la oración, también me gustaría expresar toda la cercanía y gratitud de nuestro abrazo a Jone con estas tiernas palabras que don Giussani dijo en unos Ejercicios de la Fraternidad: «Pensad en una familia como la de Carras, que ha aceptado la responsabilidad de guiar el movimiento en todas sus iniciativas misioneras, presentes en 64 países del mundo, ¡qué mujer debe tener, eh! Porque siempre digo a los hombres: vosotros sois así, sois realmente buenos, pero el primer mérito es de vuestra mujer, que os permite hacer estas cosas. En cualquier caso, su mujer es como él». El hecho de que vivía plenamente consciente y agradecido por esto se notaba en cómo la miraba siempre, hasta el último instante.
Gracias, Carras, por tu amistad, gracias por todo. Ahora que contemplas el rostro del Padre que tanto has amado, sigue acompañándonos mientras avanzamos juntos en este apasionante camino.
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