domingo, 20 de mayo de 2012

Tenemos mucho camino por hacer


Carta publicada el 1 de mayo en La Repubblica de Julián Carrón

Querido director: leyendo estos días la prensa me invade un dolor indecible al ver lo que hemos hecho con la gracia que hemos recibido. Si el movimiento de Comunión y Liberación es continuamente identificado con el atractivo del poder, del dinero, de estilos de vida que nada tienen que ver con lo que hemos encontrado, algún pretexto debemos haber dado.
Y esto aunque CL sea ajeno a cualquier malversación y jamás haya dado vida a un “sistema” de poder.
No bastan las legítimas consideraciones sobre la desconcertante modalidad con que estas noticias se han difundido, mediante violaciones – que ya todos admiten – contra los procedimientos y garantías previstas por la Constitución italiana.
El encuentro con don Giussani ha supuesto para nosotros la posibilidad de descubrir el cristianismo como una realidad tan atractiva como deseable. Por eso es una gran humillación constatar que, a veces, no nos ha bastado la fascinación del inicio para librarnos de la tentación de un éxito puramente humano. Nuestra presunción al pensar que aquella fascinación inicial bastaría por sí sola, sin asumir el compromiso de seguirle verdaderamente, nos ha llevado a consecuencias que nos llenan de consternación.
El hecho de que don Giussani nos testimoniara hasta su muerte lo que puede ser la vida cuando es aferrada por Cristo muestra que a su propuesta cristiana no le falta nada. Muchos que le conocieron confirman lo que nosotros, hijos suyos, pudimos disfrutar en una convivencia más o menos estrecha con él: que Cristo rebosaba en su persona. Esta convicción nos ha llevado a pedir la apertura de la causa de canonización, convencidos del bien que don Giussani ha sido y es para la Iglesia, para responder a los desafíos que tiene que afrontar hoy el cristianismo. Pedimos perdón si hemos perjudicado a la memoria de don Giussani con nuestra superficialidad y falta de seguimiento. Corresponderá a los jueces determinar si los errores cometidos por algunos constituyen también delitos. Por otra parte, cada uno podrá juzgar si, entre tantos errores, hemos logrado contribuir de alguna manera al bien común.
Cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre con él, nos ha enseñado san Pablo. Nosotros, miembros de este cuerpo que es Comunión y Liberación, sufrimos con aquellos que están en el punto de mira de los medios, sabedores de nuestra debilidad por no haber dado un testimonio suficiente ante ellos; y esto nos hace más conscientes de la necesidad que tenemos también nosotros de la misericordia de Cristo.
Sin embargo, con la misma lealtad con que reconocemos nuestros errores, debemos también admitir que no podemos apartar de lo más íntimo de nuestro ser el encuentro que hemos tenido y que nos ha marcado para siempre. Todo nuestro mal y el de nuestros amigos no puede borrar la pasión por Cristo que el encuentro con el carisma de don Giussani nos ha inoculado. La fiebre de vida que él nos comunicó es tan grande que ningún límite puede acabar con ella y nos permite mirar todo nuestro mal sin legitimarlo ni justificarlo.
El acontecimiento del encuentro con Cristo nos ha marcado tan poderosamente que nos permite volver a comenzar siempre, después de cualquier error, más humildes y más conscientes de nuestra debilidad. Como el pueblo de Israel, podemos ser despojados de todo, incluso acabar en el exilio, pero Cristo, que nos ha fascinado, permanece para siempre. No le derrotan nuestras derrotas. Como los israelitas, tendremos que aprender a ser conscientes de nuestra incapacidad para salvarnos solos, tendremos que aprender de nuevo lo que creíamos ya saber, pero nadie nos puede arrancar la certeza de que la misericordia de Dios es eterna. ¡Cuántas veces nos hemos conmovido al oír a don Giussani hablar del “sí” de Pedro después de su negación!
Por eso, la única lectura que podemos hacer de estos hechos es que son un potente reclamo a la purificación, a la conversión a Aquel que nos ha fascinado. Es Él, su presencia, su llamada incansable a la puerta de nuestro olvido, de nuestra distracción, lo que despierta aún más en nosotros el deseo de ser suyos. Ojalá el Señor nos dé la gracia de responder con sencillez de corazón a esta llamada. Será la mejor manera de testimoniar que la gracia concedida a don Giussani es mucho más de lo que nosotros, sus hijos, logramos mostrar.
Sólo así podremos ser una presencia distinta en el mundo, como muchos de nosotros testimonian ya en sus ambientes de trabajo, en la universidad, en la vida social y en la política, o con sus amigos, por el deseo de que la fe no quede reducida a lo privado. Bien lo sabe quien nos encuentra: queda tan impactado que le entran ganas de participar de lo que nosotros hemos recibido. Por eso debemos reconocer continuamente que “presencia” no es sinónimo de poder o hegemonía, sino de testimonio, es decir, de una humanidad diferente que nace del “poder” de Cristo para responder a las exigencias inagotables del corazón del hombre. Y tendremos que admitir que lo que cambia la historia es lo mismo que cambia el corazón del hombre, como cada uno de nosotros sabe por experiencia propia. Esta novedad la podremos vivir y testimoniar solamente si seguimos a don Giussani verificando la fe en la experiencia; tal era su convicción de que sólo si la fe coincide con una experiencia presente y en ella encuentra confirmación su utilidad para la vida, podrá resistir en un mundo en el que todo, todo, dice lo contrario.
Tenemos aún un largo camino por delante y estamos contentos de poder recorrerlo.

El autor es presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación





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